miércoles, 12 de diciembre de 2012

Una dama de un siglo, Riojana


"Quequé" da las claves para vivir un siglo

Aída Estela Barros Reyes de Catalán acaba de cumplir años y hace gala de su lucidez. "No pido nada, todo lo que tengo me lo han dado Dios, mi familia y sus amigas", afirma. Se dedica a las labores que llenan el alma.


CON LA MIRADA CARGADA DE RECUERDOS. Aída mira el paisaje del centro; le brillan los ojos y carga las palabras con genuino acento riojano.
¿Qué quiere, qué quiere?', le pregunté una vez a una nietita, y ella repitió 'Quequé'. Desde entonces soy Quequé para mis nietos y bisnietos. Pero, además, me dicen Gringa; ese es mi nombre oficial en La Rioja; allá saben que soy yo". Aída Estela Barros Reyes de Catalán explica algunos de sus apodos. La rodean cuadros, la carbonilla que dibujaron sus manos, y otras obras. La colección de piedras con forma de corazón y la escultura de su cabeza joven. El camino de mesa, una obra de arte de crochet que hizo a los 16. Muebles nobles, pocos; en los portarretratos, los instantes imperecederos. En el living de su casa, el sol cegador de la mañana está muy atenuado por las cortinas romanas, pero insiste en brillar en sus ojos claros. 

Quequé nació el 24 de noviembre de 1912 en La Rioja, en una familia de 10 hermanos, pero hace 40 que el destino la mandó de los valles y montañas de La Rioja al centro de Tucumán.

Cada día emprende -lenta pero segura- sus rutinas privadas y públicas, que incluyen el salir a hacer las compras acompañada al mercado, a la farmacia, o hacer trámites en el banco, hasta adelantar una sopa en la cocina si la empleada se demora en volver.

"Me he sentido muy orgullosa de cumplir 100 años ahora, uniéndome a los 200 de la Batalla del gran Belgrano -de quien era una enamorada desde niña-, además del centenario de los teatros San Martín y Alberdi, y de LA GACETA. ¡Cómo no estar orgullosa; esa era mi fiesta! No quería reunión, pero vinieron mi majadita ¡y todas mis queridas amigas! Mis hijas armaron una reunión con sorpresas, hasta con una serenata que se cantaba en Anillaco", recuerda. De allí vino Quequé, y de cuatro generaciones de bodegueros. Allí, donde calles y escuela llevan los nombres de su abuelo y de su esposo.

Las buenas maneras

A los 12 años partió a Buenos Aires con sus hermanas y sus primas a estudiar -interna- en el Colegio Santa Unión de los Sagrados Corazones. "Era medio floja en matemática. No podían decirme la mejor alumna porque no la era, pero a las buenas maneras las traía de la casa", recuerda, y muestra la prueba: una de las tarjetas que le dieron como "Testimonio de buena conducta, aplicación y urbanidad".

Después estudió magisterio en la Normal de La Rioja.

- ¿Ejerció?

- Solamente 20 días, y lo único que me acuerdo es que había dos alumnos cuyo padre tenía sastrería y los llamaba con el nombre cambiado. Para maestra no servía; para educar hijos, sí. Me casé al poco tiempo. Cuando murió mi padre nos quedamos en la bodega, en Anillaco, con mi madre y mi hermana menor. A los tres años apareció un novio que no era como para decirle que no: era Roberto Catalán, médico destacado en La Rioja, director del hospital, ministro de Salud, intendente. ¡Y era muy buen mozo! El mejor de la familia.

- ¿Cómo es su familia?

- Cuatro hijos (una mujer y tres varones) y cada uno tuvo cuatro. Una nietita de un año murió de una enfermedad rara. Al año siguiente la seguía llorando. Tengo 15 nietos y 32 bisnietos.

- ¿Tiene tataranietos?

- ¡Todavía no, por ese capricho de las chicas de no querer casarse hasta que se reciban! Sería la gloria, sería un don de Dios. No pido nada. Todo lo que tengo, lo tengo porque Dios me lo ha dado; me lo han dado mi familia y el ambiente riojano, que da cierta modalidad prudente.

-¿Qué les dice a las chicas jóvenes?

- Yo les receto siempre lo mismo a las chicas que no andan muy bien: 'tenés que ser prudente, sincera, hablar poco y callar cuando convenga. Con eso vas a llegar a los 100 años'. El varón quiere ser varón, y una tiene, como mujer, que mirar dulcemente... Entonces se les pasa la veta de varón. Adán fue primero que Eva y en eso seguimos. A mí se me ocurre que esa debe ser una de las razones. Es una ley.

- ¿A qué dedicó la vida?

- A criar mis hijos, pero hice muchas cosas, aquellas que llenan el alma (señala el cuadro que hizo a los 16 años). Esta carbonilla es la casa paterna, con galerías y el jardín con rosas que injertaba mi madre. A toda esta fila de álamos (un kilómetro) la había plantado mi abuelo.

- Vivían bien...

- Sí, pero economizaba mucho; me había acostumbrado a vivir con lo que tenía.

- ¿Cuándo vino a Tucumán?

- Hace 40 años, porque tenía una hermana casada. Cuando enviudé quedé sola en una casa enorme.

- ¿Cambió sus labores riojanas por las tucumanas?

- Cuando vine de La Rioja saqué la cuenta: había hecho 30 colchas tejidas a mano. Pero aquí seguí tejiendo de todo y, además, tejido fino. Me consagré a las obras de beneficencia. En una, por ejemplo, componíamos ropa usada que nos daban. Poníamos botones, parchábamos codos y la donábamos usable.

- ¿Cómo festejó el cumpleaños?

- ¡Ha sido una misa tan emocionante! He tenido el honor de que el sacerdote venga a darme la comunión en el banco. ¡Cómo no sentirme conmovida! Han venido de La Rioja, Córdoba, Santiago del Estero y de Salta. Llegó mucha más gente que la que yo esperaba y fue una gran alegría. No pensaba hacer fiesta. En broma había dicho que quería unos fuegos artificiales, y se lo tomaron en serio...

- ¿Con qué sueña?

- Más que lo que sueño es lo que recuerdo. Tengo un libro de notas precioso, que me regaló mi hijo para que escriba lo que me acuerdo -de todo lo que me acuerdo-. Y yo no escribí nunca, pero lo llevé al taller de tejido.

No hace falta que escriba nada: las extensas y amorosas dedicatorias de sus amigas dan cuenta de que Aída se ha prodigado tanto que ya ha llenado -a fuerza de acciones y de afecto- ese y muchos otros libros.


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