sábado, 9 de julio de 2011

Feliz día de lo que no hay


Pareciera que la Historia pide ironías para el desayuno, pero es responsabilidad de los gobernantes (actuales y también pasados) que Tucumán y los tucumanos, a exactos 195 años del 9 de Julio de 1816, deban celebrar hoy el día del más escaso de sus valores.

Esta ex provincia unida del Río de la Plata, dos siglos después de su gesta separatista, pasó de territorio colonial de una corona extranjera a feudo tributario del Gobierno central. Pese a la "bonanza", la Provincia, en lugar de achicar su deuda pública, la duplicó. Después, la refinanció ante la Nación, hipotecando la libertad de acción de los gobiernos de los próximos 20 años. Y, como si no bastara, hoy, aún con documentos oficiales en mano, no puede saberse a cuánto llega el pasivo público. Según la Casa de Gobierno, ronda los $ 4.000 millones; según el Tribunal de Cuentas es, por lo menos, de $ 1.000 millones más. No sorprende entonces que, cuando faltan 70 días para la fecha acostumbrada de entrega del informe anual, contadores fiscales digan por lo bajo que no hay forma de cuadrar la cuenta de inversión del 2010. Y eso que no hubo comicios ese año...

Sin independencia económica, la dependencia política del oficialismo tucumano es de lesa servidumbre. El gobernador ya ni siquiera tiene potestad para armar las domésticas listas de candidatos locales: tuvo que rearmar las nóminas de diputados nacionales, legisladores y hasta concejales para cumplir las demandas de la pingüinera. Como en los siglos de las monarquías, el dedo de la reina puso de rodillas a los administradores tucumanos. Eso, por dar un ejemplo, no ocurre en La Pampa.

Pero no es esta alergia a la autonomía (también padecida por la Legislatura respecto del Ejecutivo) lo resonante en esta fecha de angustia patriótica. Lo revelador pasa por festejar el Día de la Independencia justo aquí, donde los gobernantes someten a sus gobernados, bajo el yugo de la pobreza más extrema, a la dependencia del clientelismo.

Villa La Verdad
A escasas 30 cuadras del centro de San Miguel de Tucumán, en la periferia del ya periférico barrio Tiro Federal, constituida íntegramente por taperas levantadas con ramas y plásticos, se encuentra la que bien podría bautizarse como Villa La Verdad. Allí, sus vecinos le contaron ayer a LA GACETA (que el domingo mostró la miseria sin atenuantes en la que sobreviven) que, la verdad, ninguna autoridad del Gobierno fue a verlos esta semana. Ni el gobernador, ni ministros, ni secretarios, ni directores… O sea, dicen que proselitismo rentado es verdad: los funcionarios que son candidatos no piden licencia de sus cargos y, por tanto, cobran para hacer campaña, no para ocuparse de los que nada tienen.

Igualmente, "no ir a ver" ya parece tendencia en el Gobierno vernáculo. Por estas horas, un par de "gargantas" oficiales entonan el caso de la certificación de obra, en una comuna, de un SUM (salón de usos múltiples) que, en verdad, no existe: parece que el comisionado rural le dio usos múltiples a los recursos. Luego, tampoco hay "zoom" para ver, aunque sea de lejos, la ignominia en la que viven algunos vecinos de la capital.

Coherentemente, en Villa La Verdad también queda expuesto, sin escalas, todo lo que es mentira. Como el versito de la democracia pavimentadora, que dice que en Tucumán no se hacen grandes obras (autódromos, aeropuertos, embalses y demás infraestructura que exhiben Santiago del Estero y Salta) porque aquí el hormigón es redistribución de la riqueza. Los tolderíos de nylon tienen el asfalto de la autopista en el fondo y cordón cuneta en el frente. Pero los adultos carecen de $ 70 para pagar el Optamox Dúo (se los recetan en el CAPS donde no tienen remedios) que los ayude contra los males propios de dormir en el piso durante el invierno. Los ancianos mucho menos cuentan con $ 200 para calmantes y vitaminas que les morigeren "el dolor de huesos". Y los niños ni siquiera tienen donde dormir: los vecinos con "casas de material", parientes o no, se turnan para hacerlos pasar la noche bajo un techo.

En Villa La Verdad, los derechos humanos económicos, sociales y culturales incluidos en la Constitución de 2006, son verdaderos espejitos de colores, entregados a cambio del instituto de la reelección consecutiva. Y como trueque por la recontra-reelección para el alperovichismo, en elecciones controladas por una Junta Electoral con mayoría de amigos, dos situaciones combatidas en la Justicia sólo por el MP3 y por los radicales a quienes los muertos les votaron en contra en las internas.

En la orilla de todo, ahí donde se convive con los caballos pero sin las comodidades de un establo, hasta los nombres de las áreas del Gobierno parecen "de mentirita". ¿Cuál Desarrollo Social? ¿Cuál Educación? ¿Cuál Desarrollo Productivo? ¿Cuál Cultura? ¿Cuál Salud Pública? ¿Cuál Seguridad Ciudadana?

Dioses y demonios
En Villa La Verdad la "letra legal" que cobra vida es la del "Fallo Polino": cuando el clientelismo no se combate -advirtió la Corte nacional-, se perfecciona.

Desde la banquina de la autopista (adonde sí llegó la solidaridad de la gente común), cobra otra dimensión la advertencia de que el clientelismo adopta el don de la ubicuidad: esa facultad reservada a los dioses... y a los demonios. El clientelismo, en tanto ubicuo, está en todas partes y de las más diversas maneras. Pero en estos sectores paupérrimos se manifiesta en el miserable formato de clientelismo alimentario.

En Villa La Verdad, arreglarle los problemas de comida a la gente por una semana es, la verdad, una solución de larguísimo plazo. Ahí se vive al día. Y hay días en que no se vive. Esas familias, dos de las cuales corrieron esta semana con sus pequeños con fiebre y vómitos al Hospital de Niños (allí sí recibieron atención de los autoconvocados demonizados por el Gobierno que ningunea a enfermos y sanadores), ¿qué van a hacer frente al bolsón? ¿Qué, cuando les den pan para hoy, con la consigna "votalo a fulano"?

A la respuesta la da Rosita. Ella le pedirá bolsones a dos candidatos, pero -obvio- votará sólo a uno. La independencia, en la miseria, es tan sólo una cadena algo más larga. Porque Rosita puede mentirle a un bolsonero, pero el hambre no le da margen para votar a quién se le dé la gana. Hasta ahí no llega. Sólo puede castigar a un compra votos. Esta es la suerte de los pobres: quedan entrampados hasta cuando le hacen trampa a sus hambreadores.

La escena se completa en la UCR (esa fuerza enfrascada en internas mientras la vida y la política ocurren en otra parte), hoy espantada con una encuesta propia. Según el sondeo, el 50% de los electores tucumanos gana menos de $ 1.200 por mes. La pregunta ya ni siquiera es a quién va a votar ese medio Tucumán. La verdadera cuestión es de dónde sacan los $ 1.200. Al menos hay un dato: en el jardín de 1 millón de votantes, hay casi 300.000 beneficiarios de planes de asistencialismo nacional y provincial.

Pero para el alperovichismo, el clientelismo es apenas una mala conducta, que merece un "qué se le va a hacer". Por eso (como recordó Ramón Eudal en su Carta de Lectores del 20 de junio), el gobernador, ante el probado bolsoneo de un edil capitalino, inquiría: "¿cómo vamos a decirle a Juan Carlos Mamaní que no entregue bolsones? Y el concejal le devolvía las gentilezas. "A este señor José Alperovich quiero decirle que no se olvide de que él me enseñó sobre el reparto de bolsones".

Si se mira un poco más allá de esta Cuna de la Independencia, que convierte taxis (con punteros en el asiento delantero y bolsones en el baúl) en servicios de clientelismo "puerta a puerta", se podrá ver que en Brasil y en México es delito llevar gente a votar.

Feliz día de lo que no hay.